martes, 19 de junio de 2018

UN PASEO POR ESPAÑA, DE LA MANO DE LEANDRO ARENAS

He viajado por la historia y las tierras de nuestro maltratado país leyendo los poemas que Leandro Arenas ha recogido en su nuevo libro: “España en verso”. A caballo de estos versos que le dan título he recorrido, una a una, las provincias de nuestra geografía; recordando hechos de otros tiempos, parajes y lugares en los que viví o por los que pasé, aprendiendo algo más de otros de los que nunca supe o en los que nunca he estado. Pasar cada una de sus páginas ha sido como abrir los ojos a un nuevo paisaje, a una nueva época, a una nueva luz.

Me contaba mi padre que él había aprendido de forma parecida la geografía y la historia de España, en un libro en el que, con letra manuscrita, un niño como él contaba en sus cartas cómo eran los pueblos por los que pasaba, los ríos que cruzaba, las montañas que le cerraban el horizonte o los mares en los que su mirada no encontraba el fin. Es posible que si Leandro hubiera ido más a la escuela hubiera tenido un libro como aquél en su infancia, puesto que la época de la que hablo debió de ser la misma, o muy cercana; aunque mi padre la viviera por la sierra del Segura y mi entrañable amigo en la vega del río Magro. A ambas, sierra y vega, las sentiré siempre unidas a la poesía: a los romances que mi padre me recitaba de niño, la primera; a los poemas con los que Leandro me hizo ver su paraíso perdido, la segunda.
Historia y poesía, poesía y geografía… Acontecimientos y topónimos buscando la rima que los convierta en verso: Leandro Arenas ha dado una vuelta más a la tuerca y ha convertido en poemas aquellas manuscritas lecciones escritas en forma de carta (tal vez el poema sea siempre una carta más o menos encubierta).
Yo, que no fui capaz de aprender estas lecciones hasta que viajé por España, al pasar las páginas de este libro he ido recordado mis viajes y con ellos, verso a verso, mi vida; desde las idas a los colegios, en Zamora, primero (Santa María la Nueva, la puerta de la Traición, el lago de Sanabria…), y en Córdoba, después, (Medina Zahara, la Mezquita, el puente romano…), el Duero y el Guadalquivir, viñedos y campos de mies, mares de olivos, plantaciones de algodón y los pueblos que, camino del colegio, se iban quedando a los lados de las carreteras: Medina del Campo, Tordesillas, Benavente… Linares, Andújar, Bailén… Choperas y pinares, sauces asomados a las orillas de un río: el Balazote antes de entrar a Andalucía, el Manzanares (“su pequeño río”), al pasar por Madrid… Nombres y palabras que se hacen verso en la pluma de Leandro  y recuerdo en mi memoria.
Cojo este libro entre mis manos, hojeo sus páginas y me pregunto qué se dirá en ellas de otros lugares que he conocido. Cómo se contará La Coruña: el viento que azota El Ferrol y mueve los molinos de la Estaca de Vares, los “bosques tenebrosos” que me recuerdan la fraga de “El Bosque Animado”, la Ría de Arosa... La Barcelona en la que viví: la de las Ramblas y la Sagrada Familia, el barrio gótico y el parque Güell… Mi Albacete natal donde “la amistad se compromete / con un apretón de manos, / ese gesto tan humano / que nos une de por vida,  / compartiendo la comida / como si fueras hermano”.
Cualquier lector de estos poemas puede vivir la misma experiencia, recordar su propia geografía a la vez que aprende la que no conoce, la que se sabe sólo como recuerdo de una lección en la escuela, una lección cantada en la niñez con el sonsonete de las tablas de multiplicar, pero que a la par que los nombres de los pueblos de Valencia (Alcira, Gandía, Requena, Játiva, Alboraya, Cullera), o de las Islas Canarias (La Gomera, Gran Canaria, Hierro, Fuerteventura, Santa Cruz de la Palma…), nos trae a la memoria el olor de la goma de borrar, del plumier de madera, de los lápices de colores recién afilados…


Me ha contado Leandro alguna vez que él no fue a la escuela en la niñez, o no fue tanto como para poder guardar estos recuerdos que a mí me traen la lectura de sus versos. Por eso tiene más mérito que él haya escrito este libro, en el que los nombres de los reyes riman tan acertadamente con los de los sabios, los de los ríos con los de los pueblos, los de los montes con las costumbres de cada lugar. Tiene más valor que todo lo haya hecho sin la muleta de esos otros recuerdos más íntimos y sea sólo su amor a España y a la  poesía (que esos sí me constan), quienes le han llevado a enfrascarse en esta obra para la que yo imagino que se necesita mucha constancia, mucho trabajo con los textos, mucha lucha con el idioma en busca de una rima que no siempre es fácil y de una mesura en la medida de las sílabas que le dé alas a las palabras y, lejos de encorsetar el lenguaje, lo haga vuelo y arte.

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