martes, 19 de junio de 2018

UNA LECCIÓN DE LUIS LEANTE

      Luis Leante, que tiene nombre de escritor y vida de escritor, es escritor.        
Luis Leante no es escritor porque haya escrito y publicado un par de colecciones de relatos y un puñado de buenas novelas (“Al final del trayecto”, “La edad de Plata”, “El vuelo de las termitas”, “Mira si yo te querré” y “La Luna Roja”, entre otras)… Ni es escritor porque haya ganado algunos premios como el Alfaguara, el Ciudad de Irún o el Rodrigo Rubio… Luis Leante es escritor porque escribe cada día y porque, además de hacerlo con una pulcritud y con una minuciosidad que sólo se pueden conseguir a base de mucha dedicación y trabajo, lo hace con genialidad, algo que nos está vedado a la mayoría y que marca la verdadera diferencia entre un escritor y “uno que escribe”.       

A Luis Leante ya lo he citado más de una vez en las páginas de este blog, y hace tiempo que desde aquí (desde la columna de la derecha), podéis acceder al suyo. Si hoy vuelvo a ocuparme de él es porque, como os he dicho al principio, además de tener nombre de escritor y de serlo, vive vida de escritor.

Yo lo conocí en el año 1997, cuando ganó el Premio de Novela “Odaluna”, uno de los que conformaron el I Certamen Literario Emilio Murcia, en Villatoya. Con el tiempo le oí contar la historia de aquel día; cómo equivocó el camino y llegó a un balneario que entonces estaba abandonado, casi en ruinas, y empezó a creer que alguien le había gastado una broma y lo había llevado hasta un lugar que parecía recrear uno de los escenarios de su novela. Cuando uno se lo oía contar se daba cuenta de que Luis Leante es capaz de convertir en literatura cualquier tipo de experiencia, por nimia que sea; así, aún no conociéndolo tanto ni habiéndolo visto tantas veces, me ha sido fácil reconocer en “El vuelo de las termitas”, rincones toledanos que recorrimos juntos una noche, cuando la estaba redactando, o experiencias de sus viajes a los campamentos saharauis en “Mira si yo te querré”.

Ahora me entero, por dos vías a la vez, de que Luis ha pasado una noche en la cárcel, de que ha estado casi 48 horas detenido e incomunicado. Me pasó Eliana el recorte de prensa, a la vez que Francisca Gata me hacia llegar la noticia aparecida en Internet, el comentario al que lleva este enlace y cuya lectura os recomiendo. Como podéis suponer, el motivo para ser encarcelado en este país, donde resulta tan difícil ir a prisión por cometer delitos, ha sido un acto de rebeldía: arrancar las cámaras de videovigilancia con las que la Dirección del Instituto en el que trabaja pretende espiar las clases que imparte de Latín… A algunos les podrá parecer una situación cómica, esperpéntica; a otros les dará miedo y les hará recordar al Gran Hermano que profetizó Orwell y que, no con muchos años de retraso, va invadiendo con sus cámaras todos los lugares y extendiendo su mirada por todos los rincones… Quizás haya quienes, acostumbrados ya a la muda presencia de esos ojos que nos contemplan por todas partes, no entiendan ese arrebato de ira y de rabia (según las propias palabras de Luis Leante, en un acto de contrición, fácilmente entendible, pero que no compartimos quienes no tenemos que responder ante el Juzgado). Yo no me río (porque no hace ninguna gracia que alguien a quien aprecias como persona y admiras como escritor haya pasado casi cuarenta y ocho horas sin saber si es de día o de noche); pero tampoco me extraño lo más mínimo: Si algo resulta peligroso para este sistema es la cultura; el conocimiento es su mayor enemigo; siendo así, ¿quién puede generar más desconfianza que un profesor de Latín?, ¿quién se puede presumir más sedicioso que un adolescente dispuesto a aprender una “lengua muerta”? Hay que vigilarlos muy de cerca.

Los alumnos y la mayoría de los docentes del Centro se han puesto de su parte. En las ventanas del instituto han aparecido pancartas que lo apoyan y en contra de las cámaras de videovigilancia. Quizá para algunos directivos y gerifaltes este apoyo de los jóvenes a Luis Leante sea una prueba más de su culpabilidad. A mí me hace pensar todo lo contrario: que su acto de rebeldía mereció la pena. En contra de lo que él mismo ha manifestado después (“es impropio de un profesor que tiene que dar ejemplo y me hace plantear si yo puedo ser un modelo de educación”), estoy convencido de que ésta ha sido una importante lección para sus alumnos; puede que alguno de ellos, en un futuro no tan lejano, de su recuerdo saque el coraje necesario para no dejarse  conducir al redil, junto al resto de los borregos y bajo la vigilante mirada de una cuantas videocámaras.

… Y que todo esto no nos haga olvidar que, aparte de tener nombre y vida de escritor, Luis Leante es un escritor al que merece la pena leer. Su última novela, “La Luna Roja”, acaba de publicarse y ya nos está esperando en los estantes de las librerías, junto a esos otros títulos que ya he recomendado en más de una ocasión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario